
OSCAR SIERRA PANDOLFI NOVELA FRACTAL&RIZOMA OSCAR SIERRA PANDOLFI NOVELA FRACTAL&RIZOMA
31/10/2025
oscar sierra pandolfi
EL LAZARILLO DE TORMES EN LA ERA DE FACEBOOK
LAZARILLO DE TORMES EN LA ERA DE FACEBOOK
OSCAR SIERRA PANDOLFI
NOVELA FRACTAL&RIZOMA
OSCAR SIERRA PANDOLFI
NOVELA FRACTAL&RIZOMA
Relatos Pícaros de Lázaro de Tormes
El Picaruelo Tirador
En los arrabales de esta nuestra urbe, donde los edificios se alzan como torres de Babel y los automóviles rugen como bestias de acero, vivía Lázaro de Tormes, mozo de ingenio afilado y corazón ligero, que había aprendido a sobrevivir entre los puestos de comida callejera y las esquinas donde se venden sueños baratos. Su ropaje, un chaleco de camuflaje raído, comprado por dos monedas en un mercado de pacotilla, le daba aire de guerrero urbano. Portaba un rifle de precisión, herencia de un tío que juraba haber peleado en guerras olvidadas, y con él se ganaba la vida como tirador a sueldo.
Desde lo alto de un edificio ruinoso, Lázaro, con un ojo guiñado como quien espía los secretos del destino, ajustaba su mira telescópica, apuntando a Don Eustaquio, un cacique gordo y pomposo que paseaba su riqueza por la ciudad, rodeado de matones con gafas oscuras. “¡Oh, Lázaro, pícaro de los tejados!”, se dijo, con la solemnidad de un caballero andante, “hoy haré justicia y llenaré mi bolsa con el oro de este villano”.
El cielo, encapotado de nubes grises, parecía aplaudir su empresa. Don Eustaquio salió del hotel “El Gran Capital”, un antro de lujo donde los ricos dilapidaban fortunas. Lázaro, con el dedo meñique danzando sobre el gatillo, escuchó una voz en su mente: “¡Apresúrate, Lázaro! ¡Recuerda a tu hermana, humillada por los secuaces de este tirano en la plaza del mercado!”.
Con un suspiro, Lázaro oprimió el gatillo. El estruendo resonó como un trueno, y Don Eustaquio cayó, su pecho atravesado por un dardo invisible. Los matones corrieron en círculos, gritando: “¡De allá vino el tiro!”. Pero Lázaro, astuto como zorro, guardó su rifle en una funda disfrazada de guitarra eléctrica y huyó por las escaleras, no sin antes cometer su picardía: dejó en el tejado un cartel falso que acusaba a un rival de Don Eustaquio, desviando las sospechas hacia un inocente y asegurándose una nueva encomienda. En el velorio del cacique, Lázaro se mezcló entre la multitud, fingiendo lágrimas mientras susurraba a la viuda: “¡Oh, qué desgracia!”, riendo en su interior por el oro que ya pesaba en su bolsa.
Hospedaje de Malandanza
En las entrañas de la ciudad, donde las calles se retuercen y los neones parpadean con promesas de placer, se erguía el “Hospedaje La Fortuna”, un tugurio regentado por Don Pancracio, gordo de rostro pecoso y mal carácter, coleccionista de cachivaches electrónicos y recuerdos de mujeres fugaces. Lázaro de Tormes, siempre en busca de aventuras y monedas, llegó al hospedaje como recadero, llevando mensajes y paquetes para los huéspedes, pero con el ojo puesto en los secretos que allí se escondían.
El lugar olía a perfume barato y sueños rotos, con alfombras raídas que contaban historias de amantes furtivos. Don Pancracio recibía a los huéspedes con una sonrisa que ocultaba puñales: políticos con amantes de alquiler, predicadores con pecados inconfesables y hasta un influencer que pagaba por aventuras para luego negarlas en redes. Lázaro, con su astucia, se hacía pasar por mozo servicial, pero en verdad escuchaba tras las puertas, anotando nombres y escándalos para venderlos al mejor postor.
Una noche, llegó un forastero, Don Ramiro, de traje deslucido y voz de locutor, con una maleta llena de enigmas. “Quiero una habitación”, dijo, y Pancracio le dio la llave del número cuatro. Lázaro, viendo la oportunidad, cambió la llave por la de la cinco, sabiendo que allí se encontraba una pareja de amantes prohibidos. Su picardía era clara: provocar un escándalo que le permitiera chantajear a los implicados.
Don Ramiro, al abrir la puerta de la cinco, halló a dos cuerpos entrelazados, gimiendo al son de un reguetón. Furioso, sacó un revólver y disparó al aire, gritando: “¡Villanos, habéis profanado mi corazón!”. Los amantes, petrificados, se cubrieron con sábanas, pero al encenderse la luz, Don Ramiro palideció: la mujer no era su amada, sino una desconocida. Lázaro, escondido tras una cortina, rió para sus adentros, pues ya tenía pruebas del enredo para vender al periódico local.
En el juzgado, el juez, de bigote torcido, absolvió a Don Ramiro con un guiño: “Me ha hecho un favor, pues esa dama era un tormento”. Lázaro, desde las sombras, cobró su recompensa y se alejó, dejando tras de sí un caos que alimentaría las habladurías de la ciudad.
El Arca de los Desatinos
En tiempos donde los cielos se llenaban de drones y las redes sociales profetizaban el fin del mundo, Lázaro de Tormes, ahora disfrazado de acólito, servía a Fray Anselmo, un clérigo de dudosa fe que anunciaba la construcción de un arca digital para salvar a los justos de un apocalipsis cibernético. El arca, hecha de acero y circuitos, con pantallas táctiles y conexión 5G, sería el refugio de los elegidos, según Anselmo, que vendía boletos en una criptomoneda llamada “SalvaciónCoin”.
Lázaro, con su ingenio pícaro, se encargaba de recaudar los pagos, pero no sin antes desviar unas monedas a su propia cuenta, su picardía consistiendo en falsificar boletos para venderlos a los más crédulos. “¿Qué meterás en tu arca, fray?”, le preguntó un joven influencer, Tikonio, mientras grababa para sus seguidores.
—Todo lo que JAHVEH, en su infinita Wi-Fi, me ha ordenado —respondió Anselmo—. Animales de granja, menos los gatos influencers; humanos con tarjetas de crédito, pero nada de PayPal, que San Pedro no acepta transferencias. Prohibido llevar celulares obsoletos o ideologías caducas.
—¿Y los artistas? —insistió Tikonio.
—Solo los que tienen contenido viral —dijo Anselmo—. Los demás, que perezcan en el diluvio de memes.
Lázaro, mientras tanto, vendía entradas falsas a los desesperados, prometiendo camarotes de lujo en el arca. Cuando Tikonio, burlón, acusó a Anselmo de delirar, Lázaro aprovechó el caos para huir con las ganancias, dejando al clérigo en un sanatorio, donde las paredes blancas le parecieron el cielo de su propia invención.
LA MUERTE DE DULCINEA
Versión Pandolfeana con Sherlock Holmes, Lazarillo y Don Quijote
I. El Monólogo de Don Quijote en el Hospedaje
El ladrar de Filulais, y los pájaros negros picotean la tarde digital. Don Quijote, tieso de la artritis caballeresca, la memoria borrándose en servidores caídos, los recuerdos cansados como archivos corruptos. No puede levantarse de su Harley oxidada: mil años de soledad quijotesca, cien años de buscar a Dulcinea, veinte siglos de molinos vencidos. Los relojes del metaverso envejecen. Las paredes del hospedaje caminan de punta.
El delirium tremens del caballero se acelera. Monólogo interior, como magnolias dispersas en ventanas de la nube. Aparecen tres hombres bajándose de un automóvil doble cabina, vidrios ahumados, encapuchados—matones digitales del algoritmo.
Dulcinea se levanta en la pesquisa del dormitorio al percibir que el silencio se aglomera en el código. De repente siente un golpe brutal en el cráneo, un hilo filudo roza la yugular—la navaja de un Lazarillo convertido en asesino.
El hombre con guantes blancos, máscara de pícaro, la arrastra en pleno acto de agonía. Desencaja el vestido de Dulcinea. Cabello regado, ojos vencidos, lápiz labial tirado, cartera dispersa con los emojis rotos del smartphone.
II. El Chat de Lazarillo con Dulcinea
Lazarillo (siempre el pícaro): Siempre dije que el recuerdo es un mapa oxidado bajo la lluvia de datos. El amor una URL hacia otra URL sin rumbo. Disponía del tiempo en el hospedaje digital, el canto del gallo despertaba los muertos del timeline. Los ruegos de Don Quijote con olor a café manchego y las flores de abril pixeladas se quemaban en el patio del servidor.
Una casa siempre muere en sus contornos digitales, sus ventanas tienen glitches y las puertas tienen lags. Siempre dije que nunca me iría de mi picardía, de mis estafas atrapadas en relojes de agua virtual, en paraguas de emojis, en caminos de código que apuntan al abismo del 404.
Visto: 6:34 - Dulcinea
Dejó la computadora encendida en el hospedaje. Con fuerte bostezo quiso regresar a la cama. Recordó impávida la noche anterior con Lazarillo en el chat.
Lazarillo: Hello baby
Dulcinea: ¿Bien y tú?
Secuencia de palabras desconocidas, red social de estupor, imágenes en la autopista de la existencia, foteados junto a la familia de Don Quijote, retrato de muertos en un accidente en la ruta a Tegucigalpa.
Lazarillo: K me cuentas preciosa?
Dulcinea: Nada gordo (de cariño, aunque sospecha)
Al otro lado, imágenes de Lazarillo robando hamburguesas, like diez veces, comentario: "Me ha encantado verte preciosa" "Gracias por aceptar mi solicitud hermosa".
Dulcinea: ¿Eres casado?
Lazarillo: Para nada (Tal vez me crea, piensa el pícaro)
Dedos temblorosos de Dulcinea. Es una verdadera dama buscando a su caballero, pero el caballero (Don Quijote) está loco persiguiendo molinos, y el pícaro (Lazarillo) solo quiere robar su cartera... y algo más.
III. El Monólogo de Don Quijote (Filósofo de la Miseria)
Muero de hambre digital, luego no existo en el feed. Ser o no ser un meme. Ante la apariencia del perfil o en la esencia del ser. Don Quijote se mueve en el punto o eje de la miseria caballeresca; el instante se encierra en el círculo cósmico de una baleada endurecida; por el "comecuandoay" en el pensamiento holístico del hondureño común de los barrios donde Dulcinea vende tortillas; la pobreza existe, nadie puede negarla a priori en Cholutexas.
En verdad, no existe tiempo; ya se lo robaron los algoritmos. El principio que sigue rigiendo: "Buffering, buffering, buffering" de la perra hambreada del servidor. Es la filosofía del perro Filulais, del caballero que embiste en los arrabales digitales, de Dulcinea que vende selfies que nunca ha sido agremiada, del taxista Sancho en la zozobra del Uber, del lustrabotas Lazarillo que come salteado robando lo que puede.



COMPARTIMOS EL BLOG DEL ESCRITOR JUAN CARLOS VASQUEZ DE SU PAGINA HEREDEROS DEL KAOS

SEXOFÓN PARA UNA MELODÍA PROHIBIDA MELVIN SALGADO


Desintegración semiótica del caballero de la noche

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