oscar sierra pandolfiDio un paso paralítico y aplastó la lámina de zinc, atrás, a sus espaldas servían el bistec, y el señor Koch, Puch (apellido), conversaba con el chef con su cuerpo de palo de golf y el panorama en la sala era una pintura naíf. Vaya wólof amateur del rap, pop, y con el anorak, dijo Volapuk, yak, kayak, wok en un lenguaje extraño, en jeringonza; como si era la voz de rock de Bryan Johnson en AcDc, pues nos platicó sobre su estadía en Minsk e Irak. Junto al carcaj reguló el reloj de bolsillo sincronizándolo con el de la pared y luego un añejado amigo llamado Abraham, como en un álbum familiar le recordó el harem que tuvo en Vietnam, Guam, y Kiev; sin olvidar su show y relax que le produjeron sus juguetonas y hermafroditas hipótesis sobre el universo, con su aliento de bórax, y un dolor que le agudizó el tórax, le apodaba ónix, con sus dedos de sílex, daba un dúplex de hits a cualquiera, y cuando caía se levantaba como el ave fénix, así me contó el señor Félix.
