
Wolfpack Inc
Rubén Darío, con su lirismo florido, se equivocó. El lobo de Gubbio no era un incomprendido con hambre. Era un hijo de puta con colmillos afilados como los de Drácula en tiempos del SIDA, un precursor, diría yo, de la Wolfpack Inc., unos gánsteres lupinos que provocaban sismos cardiacos en la ciudad. No me refiero a la Roma de Rómulo y Remo, sino a la cloaca contemporánea, donde la corruptitis se viste Armani y la b aja moral se cotiza en Wall Street. Todo empezó, como en el preámbulo de las tragicomedias y los malipoemas de escritorzarzuelos catracachos, una total decepchón. El lobezno de Gubbio, no me refiero a Wolverin de los hombres X, luego de sorber el agua sucia de la santidad, y se hartó del exquisito estofado de la pulcra hipocresía humana. Apestaba la bondad, y la bilis vomitaba amor fraternal. Se puso a besuquear chancletas escamadas por los fotones radioactivos del sol y a escuchar sonetos desafinados, y algunos salmos malcitados para creer que la redención era un cuento chino y la venganza, un plato exquisito al mejor menú de coágulos malévolos y de carne despotricada. Ahí lo vemos, el viejo lobo, convertido en Don Gubbio, un capo con traje de luxe a rayas finas y un puro habano entre sus colmillos blanquecinos. “Ojo, no me refiero a colmillos blancos”. "La humanidad", sentenciaba al unísono enronquecido y al otro lado bebía whisky Jonny Wollker, clonado, digamos que era agua chirria, RonPley, JJB pañuza, birrias Corrona, en una cantina/bar, expendio, taberna de buena muerte. "El mundo, es una piñata llena de mierda. Y nosotros, mis queridos comparsas, vamos a reventarla".
Su asistente era Fenrir, el monstruo nórdico, no indico que sea el lobo que se devoró a Odín, sino un ultrapsicópata con el complejo de Edipo temprano que poseía predilección por el arte abstracto de Willian de Conin o Jackson Pollock, hecho con tripas humanas. Fenrrir se encargaba de la "creatividad" de la gruya, para decirlo de alguna manera. Los métodos de extorsión eran dignos de un reality show gore producido por David Lynch. Luego estaba el Lobo Feroz, ese mismo que se almorzó a la abuela en tiempos de la cuarta edad y a la susodicha Caperucita Roja, que ya estaba rancia de tanto repetir la escena de seducción lobezna. Olvidáte del disfraz travesti. Este Lobo Feroz era un experto en reuniones sociales, y su metamorfosis de camaleón gravitaba como pez en el acuario de las megaultraesferas del power politiko. Se codeaba con los más dignos corruptos, banqueros tranceros y ladrones burrocratas y testaferraempresarios con escrúpulos, succionándoles la sangre hasta el tuétano. Era el lobo maquillado de cordero, con una sonrisa de hiena. No me podía faltar Isengrin, el lobo que se quería escapar de las fábulas de Esopo. Un imbéxil esténcil de proporciones desmedidas, de un físico dorsal como la columna cuadrada de Frankenstein en tiempos de sambíes depravados o como el filósofo Platón cuando se quería hacer gay.
No se me olvida, era tarado con ínfulas de intelectualoides, siempre citaba al actor de Zaratustra y del zopenco de Schopenhauer. Aunque cometía errores garrafales que expedían un peligro en rojo de alerta a toda la operación. Era el payaso barato de la jauría, el idiota utilitarista, el que pagaba los platos quebrados. Aunque para ser justos, sus metidas de pata a veces generaban situaciones tan absurdas que terminaban beneficiando a la Wolfpack Inc., de maneras inesperadas. Su especialidad era la extorsión a los artistas, a quienes amenazaba con criticar sus Sobras, si no pagaban.
La Wolfpack Inc. sembraba el caos con la brutalidad animal y sarcasmo ácido. Asaltaban bancos disfrazados de ovejas y secuestraban políticos ignorantes, sin cerebro, con síndrome de Down, retrasados mentales, sin cerebro, para obligarlos a leer Trilce, para ver si así lograban decir algo coherente, no burril, y organizaban orgías en gangbangs con influencers carnívoros en mataderos eclesiásticos. El objetivo no era solo conseguir el money, el biyullo, el pistillo, el billetiyo, el dolarito, sino que asaltar el sistema, y dar tiro al blanco en demolición de la hamburguesa moral (y no es hamburguesa), y cortar del mero gañote, del cuello, del pescuezo o de la glándula gutural, la anarquía absoluta. Geri y Freki, los lobos guardianes de Odín, bueno, digamos que después de siglos de lealtad al dios nórdico, se habían hartado del Valhalla y del hidromiel aguado. Ahora laboran para Don Gubbio, el gansters, el patrón, el mandamás, el puto jefe, como guardaespaldas, y su lealtad, nadaba en yacuzzis de hoteles de mil estrellas y de botellas vacías de champagne francés. ¿Y Luperca, quien amamantó a Rómulo y Remo? Bueno, ella es manager de una red de prostíbulos de la highlevel, y estudio una maestría en manejo práctico de vibradores, coleccionista de fetiches, metodología directa del Kama Sutra para viejos rabos verdes, dirección procaz para enseñar el manejo de la lengua en glándulas proactivas femeninas, especializada en clientes con fetiches peculiares. Se dijo que sus servicios secretos eran tan exclusivos que hasta el Papa Francisco tenía una suscripción premium. El miocardio de la ciudad, se derretía en la fascinación de placeres psicodélicos, de maniquíes hilados y del deseo despótico de hombrezuelos disfrazados de expectórales eléctricos y de féminas maquilladas como maniquíes sin brazos ni piernas. Algunos los veían como seres despiadados, y otros, como héroes rebeldes antisistema. Todos sabían que la Wolfpack Ing, era una fuerza imparable, como la SQUAT SUICIDE Catana, capitán Bumerang, el diablo, el Killer Crost, entre otros famélicos personajes ficticios. Era una fuerza indomable como los halcones galácticos, remedones de MunRa y de Monstroum.
Un día, Don Gubbio, estaba sentado en la silla de rey sobre cráneos zopilotes salvajes, pronunció una oratoria al estilo Demóstenes, y quedó sellado en la pantalla CD de los humanos: "El mundo es un circo romano, y somos los leones huraños, devastadores, selváticos, furiosos, Salgamos a devorar a esa multitud, huele aa sangre a carne fresca a conciencia sucia, apesta a culpas malévolas, salgamos a triturar cada hueso, a morder, palmo a palmo, sus músculos descarnados. ". Con un aullido que vibró en cada ESPACIO de la ciudad, pues manada de lobos salto hacia a la calle, que se veía como una zanja engrifada y salieron dispuestos a convertir la realidad en una tragedia bufa sangrienta y desopilante. Rubén Darío, nunca comprendió nada. A ciencia cierta, el lobo no necesitó el amor de San Francisco. Lo que más deseaba era poseer un lanzallamas, un buen abogado del diablo, además de un Plan estilo Trump, para dominar el mundo, y lo consiguió, a su manera, claro. Con ironía y sarcasmo, y una buena dosis de mala buena leche y, sobre todo, que la certeza de la maldad, puede ser la única estrategia precisa y exacta, matemáticamente, para sobrevivir en un mundo de corderos maquillados de lobos.